El desempleo juvenil cae, pero sigue por encima del 25%

Hay un dato que suena bien y mal a la vez. El desempleo juvenil baja, sí, pero todavía se mueve por encima del 25%. Y cuando lo aterrizas en tu vida, o en la de alguien cercano, el titular pierde la gracia rápido. Porque una cosa es que el número mejore un poco, y otra que el problema esté resuelto.

Dicho de forma sencilla, uno de cada cuatro jóvenes que quiere trabajar no encuentra trabajo. Y eso, en un país como España, no es un detalle. Es un freno real para empezar una vida adulta con algo de normalidad, con planes, con estabilidad. Y sin ese “ya veremos” constante.

La cifra baja, pero la realidad no se arregla sola

Cuando se habla de “caída del paro juvenil”, muchas veces se está comparando con meses anteriores o con picos de años pasados. Es verdad que el mercado laboral ha aguantado mejor de lo que se temía, y que en el conjunto de la economía el empleo ha resistido.

Pero aquí viene la parte que casi nunca se explica con claridad. Bajar no significa estar bien. Si bajas del 28% al 25%, has mejorado, pero sigues en una zona muy alta. No es un cambio de escenario, es un pequeño alivio dentro del mismo problema.

Además, el dato de desempleo juvenil tiene una trampa que conviene entender. Solo cuenta a quienes están en el mercado laboral, es decir, jóvenes que buscan empleo activamente. Muchos otros están estudiando, preparando oposiciones, haciendo prácticas, o directamente han dejado de buscar por agotamiento. Y eso no siempre se ve reflejado como debería cuando se habla de “mejora”.

Por eso, aunque el porcentaje baje, tú puedes ver lo mismo alrededor. Gente que encadena trabajos cortos, contratos que duran poco, jornadas parciales que no eliges, o meses enteros enviando currículums sin respuesta. Esto también es paro, aunque a veces se disfrace con palabras bonitas.

Y hay otra cosa. La calidad del empleo. Porque vale, consigues un contrato, pero si es temporal, si no te permite emanciparte, si no te da para alquilar sin vivir al límite, la sensación no es “ya estoy dentro”, es más bien “aguanto como puedo”.

El problema de fondo es la puerta de entrada al empleo

El paro juvenil suele ser el espejo de cómo de fácil o de difícil es entrar al mercado laboral. Y en España esa puerta sigue siendo estrecha.

Muchos jóvenes entran por sectores con alta rotación, como hostelería, comercio o campañas estacionales. Eso crea empleo, sí, pero también crea un carrusel. Entras, sales, vuelves a entrar. Y así es complicado construir algo estable.

También pesa el desajuste entre formación y demanda real. Hay perfiles muy preparados que no encuentran su primera oportunidad, y perfiles que podrían colocarse rápido pero no tienen orientación clara o acceso a formación práctica. El resultado es que el mercado se mueve, pero no siempre a favor del joven que está empezando.

Luego está el tema territorial, que se nota mucho. No es lo mismo buscar trabajo en una gran ciudad con más empresas y movimiento, que hacerlo en una zona donde la oferta es limitada. Ahí el problema se agrava, y muchos terminan con la sensación de que para trabajar tienen que irse lejos, o aceptar lo primero que salga.

Y aunque se hable de políticas de empleo juvenil, de programas, de incentivos, la realidad es que el cambio profundo tarda. Porque el paro juvenil no es solo una cifra de un mes, es una debilidad estructural. Y eso explica por qué baja despacio, y por qué le cuesta salir de niveles tan altos.

Lo positivo es que, si el empleo general aguanta y la economía no se enfría de golpe, el dato puede seguir mejorando poco a poco. Pero conviene no dormirse con el titular. Mientras siga por encima del 25%, la situación sigue siendo seria, y bastante.

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